jueves, 29 de octubre de 2015
Descripción que realiza el Arcipreste de la última Serrana e imagen que da de la mujer en esa época
La describe como un monstruo, el más grande espantajo que había visto en ese mundo: una musculosa guardadora de yeguas con talla de mal ceñiglo. Era una gran yegua adulta. En el Apocalipsis, San Juan Evangelista no vio una figura como esta ni de tan mal aspecto; a todo un rebaño daría lucha y gran batalla: nadie querría a tal espantajo. Tenía la cabeza muy grande, desmesurada; cabellos cortos, negros, más que corneja reluciente; ojos hundidos, rojos; ve poco y mal. La huella que deja donde pisa es mayor que la de una osa; las orejas mayores que las de un burro de un año; el pescuezo negro, ancho, velloso, corto; las narices muy gordas, largas, de zarapito: se bebería en pocos días el caudal de una gran charca. Su boca, de perra alana y el hocico muy grueso; dientes anchos y largos, caballunos y amontonados. las cejas anchas y más negras que tordos: mayores que las suyas tiene sus negras barbas. Los huesos muy grandes; las zancas no chiquitas; las cabrillas del fuego, una gran manadilla, muchas y pequeñitas; sus tobillos, mayores que los de una novilla de un año. Más ancha que su mano tiene su muñeca, vellosa, pelos grandes, aunque muy carnosa; voz grave y gangosa, a todos molesta, torpe, como ronca, sin gracia y hueca. Su dedo meñique es mayor que su pulgar. Debajo del vestido le colgaban las tetas; le llegaban hasta la cintura, y eso porque estaban recogidas, que de haber estado sueltas le llegarían por debajo de las ijadas y bailarían al compás de la cítara sin que nadie les haya enseñado. Costillas muy grandes en su negro costado.
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